Tu curul como oportunidad de negocio.
Cuando escucho hablar de reforma del sistema electoral, me sorprendo de que haya gente desfasada que todavía no entiende las cosas. Por si no lo sabes, hace tiempo que el escaño parlamentario es visto como una inversión por personas emprendedoras deseosas de abrirse camino, o por empresarios ya consolidados que quieren expandir sus actividades para crear una sinergia proactiva en sus negocios. Si deseas incursionar en este campo, debes saber, para comenzar, que hay dos clases sociales en él: los propietarios y los invitados. Los primeros son los dueños de la famosa inscripción o franquicia electoral, que solo se consigue recolectando centenares de miles de firmas (un millón, de las cuales te validarán la mitad, para ser más precisos). Para ser propietario hay dos caminos: el primero, apoderarse, de algún modo, de alguna inscripción existente (lo que, aun empleando métodos que harían sonrojar al propio Al Capone, es bastante difícil); el segundo, pagar a un ejército de recolectores de firmas, al costo de un sol por cada una, lo que supone una inversión inicial de un millón de soles.
Si consigues ser propietario, habrás cogido por el mango la sartén de este jugoso negocio, cuyos dividendos comienzan apenas abres la lista de “invitados” para subirlos a tu combi electoral (antes de ello, por supuesto, habrás reservado, para ti y tus familiares o allegados más cercanos, los cupos necesarios). Te recomiendo, para esto de los invitados, que escojas, entre figuras de la farándula y deportistas, unas cinco personas que dejarás entrar gratis, y cuya función es ayudar a “jalar” votos para tu lista entre la gran masa de electores frívolos y desavisados que engrosan el padrón electoral. Una vez cubierta esa cuota, el resto de invitados, que superan el centenar, pagarán, por entrar en tu lista, el famoso “cupo”, que oscila entre los treinta y los cincuenta mil dólares para las listas que tienen buena perspectiva de quedar en los primeros lugares de votación (porque los grupos pequeños no alcanzan, digamos, a cotizarse en la bolsa, y tienen que resignarse a cobrar cupos mucho menores o, lamentablemente, limitarse a actuar como partidos políticos en el sentido tradicional del término.
Como te habrás dado cuenta, allí nomás tienes, en el cobro de cupos, un ingreso que puede llegar al medio millón de billetes verdes contantes y sonantes. Con ello habrás recuperado con creces el milloncito de soles que gastaste en las firmas. En los siguientes procesos electorales, todo será ganancia neta.
Pero si ocurre que no tienes todavía la dicha de ser propietario de una franquicia, puedes incursionar en este atractivo negocio pagando el cupo para entrar en una lista. Si piensas que, aparte de ese pago, se te va a exigir algún compromiso ideológico con el “partido”, no te preocupes, porque, salvo alguna que otra organización muy anticuada o muy pequeña, los grupos modernos son completamente abiertos en este aspecto, y pueden subir al mismo carro a un cucufato junto a un agnóstico, o a un fascista junto a un neoliberal (o a alguien que sea ambas cosas al mismo tiempo, lo que tampoco es raro). Las cosas son así de flexibles ahora, gracias, en gran parte, a la labor de pioneros como Kouri, que en el famoso video donde aparece con Montesinos, confiesa haber pagado treinta mil dólares por entrar en una lista, y dice que aquello fue “una inversión”. Así que tanto tú como el dueño de la lista saben muy bien que, si resultas electo, podrás jugar tus cartas en el hemiciclo con toda libertad, saltando de un grupo parlamentario a otro, como más te convenga.
Pero no nos adelantemos, porque todavía no has sido elegido. Antes debes sufragar los gastos de campaña, que no bajan de otros cuarenta o cincuenta mil dolarillos, si quieres destacar, aunque sea un poquito, entre los miles de galifardos que competirán contigo. Hay empresas de publicidad exterior que, si te ven como un buen prospecto, tal vez se animen a darte algunos paneles de “cortesía”, con cargo a que, una vez adentro del Congreso, retribuyas esos favores haciendo lobbies para defender el negocio panelero frente a los ataques de los incómodos partidarios del ornato urbano. Pero el caso es que, fuera de lo que obtengas de sponsors como estos, no podrás evitar gastar unos treinta o cuarenta mil dólares en propaganda.
Pero no te preocupes, todo eso es inversión recuperable. Fue gente visionaria, como dije, la que abrió el camino de esta transformación moderna, al percatarse de que, existiendo el voto preferencial, ya no era necesario, como antes, militar durante años en una organización política para, luego de demostrar trabajo abnegado y un compromiso inquebrantable con el ideario del partido, merecer, en un magno evento interno, ser colocado en un lugar preferente de la lista de candidatos.
Estos visionarios se percataron, repito, de que nada de eso era ya necesario y que, por el contrario, era posible subastar en el mercado los cupos de las listas, lo que convierte a los grupos propietarios de las franquicias (que la gente, por inercia, sigue llamando tontamente “partidos”) en empresas autofinanciadas y sumamente rentables. Y al mismo tiempo, esta modernización abrió el espacio para inversionistas independientes como nosotros, que, siguiendo el camino de Kouri, entramos a tallar en esta área de oportunidad, y defendemos a capa y espada nuestro de derecho de recuperar nuestras inversiones en el libre juego del mercado parlamentario. Es por eso que los independientes somos el sector más pujante y mayoritario del moderno Congreso, y hemos desplazado a una minoría de políticos de viejo cuño, que están en proceso de extinción. Nuestras más recientes victorias han sido: bloquear las sanciones por no rendir cuentas de campaña al jurado electoral, subir la valla electoral incrementando hasta niveles inalcanzables el número de firmas (aumentando así, exponencialmente, el valor de mercado de los cupos) y por supuesto, mantener el glorioso voto preferencial, piedra angular de la modernización política vigente.